La globalización ha traído consigo todo tipo de retos apasionantes. Las distancias en el mundo se han acortado gracias a la masificación del transporte y ahora todo queda a unos pocos aviones o barcos de distancia. Eso ha hecho que desde los países en vías de desarrollo sea posible crear dinámicas de importaciones de productos autóctonos, que han cautivado a los países desarrollados.
Sin embargo, esto ha presentado todo tipo de retos. Si bien nadie duda de que sea posible importar alimentos o productos tecnológicos, es innegable que todo esto implica muchos desafíos para que puedan ser rentables y, al mismo tiempo, éticos. A partir de ahí, hay que hacerse muchas preguntas para tener los mejores resultados.
Un acercamiento a todo el mundo
El primer elemento positivo a destacar implica que las importaciones que vienen de países en vías de desarrollo son una muestra más de cómo el mundo ha cambiado, de forma vertiginosa, sus modos de consumo. Hoy en día las fronteras son más permeables, y es posible disfrutar de la mejor calidad sin importar su lugar de origen.
Todo esto implica conocer el hecho de que el mundo se ha hecho un espacio mucho más accesible. Las importaciones permiten conocer la calidad que se produce en países en vías de desarrollo, y así, poder apreciar estos productos en su dimensión.
Un reto climático
Sin embargo, la contracara es un reto climático agravado, generado principalmente por el combustible usado por aviones y barcos. Actualmente, la electrificación de barcos y aviones va muy lenta, y no toda la energía que proviene es limpia, por lo que la cantidad de combustible fósil quemado representa un problema importante para las importaciones.
Todo eso se traduce en la rentabilidad y la ética de importar determinados productos. Por ejemplo, es posible que en Nueva Zelanda se produzcan las frutas más orgánicas y respetuosas con el medio ambiente, pero si viajan en avión hasta Estados Unidos, muy probablemente se haya perdidotodo el efecto amigable con el planeta durante ese proceso.